Según un Ex Presentador: prohibir el voto a campesinos e ignorantes en Bolivia es la solución a todos los problemas estatales

Vivimos en un tiempo donde la información está al alcance de todos, pero el conocimiento real parece más escaso que nunca. La democratización de la comunicación, impulsada por internet y las redes sociales, ha permitido que cualquier persona tenga voz. Sin embargo, también ha abierto la puerta a la desinformación, la mediocridad y la manipulación disfrazada de opinión legítima.
Recientemente, en Bolivia, un personaje público afirmó que la crisis del país se debe a la institución del voto universal en 1952, argumentando que antes solo votaban “profesionales” y que el sufragio de campesinos y analfabetos ha llevado a la decadencia política del país. Este tipo de afirmaciones, más allá de ser peligrosas, evidencian una falta absoluta de comprensión histórica y política.
La epistemocracia y el desprecio por la opinión informada
Daniel Innerarity, en su libro La sociedad del desconocimiento, plantea un concepto crucial: la epistemocracia, una visión de la política basada en la idea de que la ignorancia de la ciudadanía o la incompetencia de los políticos es la causa de los problemas democráticos. Esta perspectiva lleva a algunos a creer que la solución radica en restringir el derecho a decidir a quienes supuestamente “saben más”. Pero, ¿cómo definimos quién está calificado para votar? Y más importante aún, ¿cómo garantizamos que esa “elite ilustrada” tenga realmente mejores intereses para la mayoría?
Las democracias modernas no son sistemas diseñados para premiar el conocimiento absoluto, sino para permitir la representación de la diversidad de opiniones y necesidades de la sociedad. Afirmar que el voto de un campesino o un obrero es menos válido que el de un profesional es olvidar que la política no solo trata de saber, sino de justicia, equidad y derechos.
La distorsión cognitiva en la era digital
Uno de los fenómenos más peligrosos de nuestra era es la propagación de falacias disfrazadas de análisis crítico. En las redes sociales, la opinión sin fundamento se equipara al conocimiento documentado, generando una falsa simetría donde “todo es debatible”. La desinformación se viraliza con mayor facilidad que los datos verificables, y el sesgo de confirmación lleva a muchas personas a creer solo aquello que refuerza sus prejuicios.
Cuando la discusión política se basa en falacias y percepciones erróneas, la democracia se debilita. En lugar de generar consensos informados, se crean trincheras ideológicas donde el debate se convierte en un enfrentamiento de creencias infundadas.
Democracia y educación: el verdadero desafío
El problema no es el voto universal, sino la falta de formación ciudadana y pensamiento crítico. Un sistema democrático solo puede ser fuerte si sus ciudadanos tienen acceso a educación de calidad y herramientas para analizar la información de manera objetiva. No se trata de restringir el voto, sino de garantizar que quienes votan puedan hacerlo con criterio.
Las afirmaciones sobre “la culpa de los analfabetos” en la crisis política de un país no son más que una excusa para esconder la verdadera responsabilidad de las élites políticas, que han fallado en gobernar con transparencia y eficiencia. La solución no está en restringir derechos, sino en ampliar el acceso al conocimiento y fortalecer la cultura política.
Conclusión: La democracia es más fuerte que la ignorancia
A pesar del auge de la desinformación y la crisis de pensamiento crítico, la democracia ha demostrado ser resiliente. La historia nos enseña que el conocimiento ha sido siempre un campo de batalla, y que la lucha entre la arrogancia del “experto” y la credulidad del “ignorante” es tan antigua como la política misma.
Lo que necesitamos no es eliminar el voto de quienes consideran “incapaces”, sino crear una sociedad donde el acceso al conocimiento sea un derecho universal. La solución no es menos democracia, sino más educación y una ciudadanía que aprenda a discernir entre la opinión informada y la simple repetición de