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El imperio que nació antes que los incas y aún desafía a la arqueología moderna

A 3.800 metros de altitud, en el altiplano boliviano, a solo 70 kilómetros del lago Titicaca, se alzan las ruinas de Tiwanaku: piedras perfectamente cortadas de hasta 140 toneladas, puertas monolíticas talladas con precisión milimétrica y un calendario solar más exacto que el gregoriano. Durante siglos, los propios incas creyeron que estas construcciones habían sido obra de gigantes o de dioses. Hoy, la ciencia sabe que fueron levantadas por una civilización que alcanzó su apogeo entre los años 500 y 1000 d.C., varios siglos antes del Tahuantinsuyo, y que controló un territorio mayor que el actual Perú y Bolivia juntos.

Tiwanaku no fue un imperio en el sentido clásico militarista, sino una confederación teocrática que unió, mediante comercio, religión y tecnología agrícola, a pueblos desde el norte de Chile y Argentina hasta el sur de Perú y el occidente boliviano. Según el arqueólogo estadounidense Alexei Vranich, de la Universidad de California, “Tiwanaku representa la primera experiencia exitosa de integración multiétnica y plurilingüe en los Andes, algo que ni los incas lograron plenamente”.

El corazón del complejo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2000, abarca apenas 4 km², pero sus campos elevados (camellones o waru waru) alimentaron a una población estimada entre 250.000 y 400.000 personas en toda su esfera de influencia. Estos campos artificiales, rodeados de canales de agua que funcionaban como espejos térmicos, permitían hasta tres cosechas anuales de papa, quinua y maíz en un entorno donde las heladas nocturnas pueden matar cualquier cultivo convencional. Un estudio publicado en Nature en 2021 (Phelps et al.) demostró que los waru waru elevan la temperatura del suelo hasta 6 °C, tecnología que hoy se está recuperando para enfrentar el cambio climático.

La cosmovisión tiwanacota giraba en torno al concepto de pachakuti: inversión cíclica del tiempo y del espacio. La Puerta del Sol, tallada en un solo bloque de andesita de 10 toneladas, no era solo un monumento, sino un calendario astronómico que marcaba solsticios y equinoccios con error de menos de 2 minutos. El antropólogo boliviano Carlos Lemuz ha demostrado que los símbolos de la cruz chakana o escalera andina representan los tres niveles del mundo andino: Hanan Pacha (mundo de arriba), Kay Pacha (este mundo) y Ukhu Pacha (mundo de abajo), idea que sigue viva en las comunidades aymaras actuales.

Avances tecnológicos que sorprenden:

  • Metalurgia: fundían bronce arsenical 500 años antes que los incas.
  • Arquitectura antisísmica: bloques encajados con grapas de cobre en forma de “I” que permitieron que muchas estructuras sobrevivieran 1.500 años de temblores.
  • Acueductos subterráneos de piedra perfectamente sellados que aún funcionan.

El colapso de Tiwanaku, alrededor del año 1100 d.C., coincidió con una megasequía de más de 100 años registrada en los anillos de hielo del nevado Illimani (estudio de Thompson et al., 2013). Sin embargo, su legado no desapareció: los incas adoptaron su arquitectura, su calendario y gran parte de su simbología. Cuando los españoles llegaron a Cusco en 1533, los propios nobles incas les contaron que “los más antiguos y mejores edificios habían sido hechos por los hombres de Tiwanaku”.

Hoy, mientras Bolivia debate su identidad mestiza, las comunidades aymaras del altiplano siguen realizando ofrendas a la Pachamama en las mismas piedras que sus antepasados levantaron hace 15 siglos. Tiwanaku no es solo ruinas: es la prueba de que en los Andes existió una civilización capaz de dominar un entorno hostil con inteligencia colectiva, respeto al ciclo natural y una visión del tiempo profundamente distinta a la linealidad occidental.

Como dijo alguna vez el historiador Waldemar Espinoza Soriano: “Los incas fueron grandes conquistadores, pero Tiwanaku fue grande porque logró que los pueblos se conquistaran a sí mismos para formar parte de algo más grande”.

El dios que corta cabezas y hace

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