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El dios que corta cabezas y hace renacer la tierra: el decapitador Katari de Tiwanaku

Robby Geekost

En el Museo Nacional de Metales Preciosos de La Paz, bajo una luz tenue, una pequeña figura de hueso grabado del siglo VIII observa al visitante con ojos vacíos. Lleva un turbante hecho de serpientes entrelazadas, sostiene una cabeza cortada en una mano y un cuchillo tumi en la otra. De su corona cuelgan piernas humanas. No es un demonio ni un monstruo: es el “decapitador con turbante de serpiente” o “Katari decapitador”, uno de los personajes más poderosos y menos comprendidos de la iconografía tiwanakota.

Durante décadas, los arqueólogos extranjeros lo etiquetaron como “dios de la guerra” o “símbolo de violencia”. Pero los investigadores bolivianos y aymaras contemporáneos —desde Isaac Callizaya hasta Jedu Sagárnaga— han demostrado que este personaje no celebra la muerte: celebra la regeneración. La sangre derramada es semilla; la cabeza cortada es ofrenda para que la Pachamama vuelva a parir maíz, papa y quinua en el altiplano helado.

El decapitador no nació en Tiwanaku. Nació mucho antes, en las orillas del lago Titicaca, y evolucionó durante mil años hasta convertirse en el símbolo más sofisticado de la cosmovisión andina.

Orígenes: la serpiente que muda piel (1500 a.C. – 300 d.C.) En los templos hundidos de Chiripa y Pucara, la serpiente ya era señora del agua y del inframundo. Su cuerpo ondulante representaba los ríos que bajan de los nevados y la renovación cíclica: cada vez que mudaba piel, el mundo renacía. En cerámicas tempranas aparece sola, sin cabeza humana, pero ya con cuernos de venado —símbolo de caza y virilidad— y ojos frontales que miran al observador, rompiendo la perspectiva naturalista.

La antropomorfización (400 – 700 d.C.) Con la expansión de Tiwanaku, la serpiente se pone de pie. Empieza a tener piernas, brazos y rostro humano. En la famosa Estela Bennett (siglo VII), el personaje central —aún sin nombre— lleva un turbante formado por dos serpientes cascabel entrelazadas que terminan en cabezas felinas. De su cintura cuelgan cabezas trofeo. Los investigadores del Proyecto Jach’a Marka (2015-2020) identificaron que estas cabezas no son de enemigos: son autorretratos del propio decapitador, simbolizando la muerte ritual del chamán para renacer con más poder.

Apogeo y estandarización (700 – 1000 d.C.) En la fase Tiwanaku V, el decapitador alcanza su forma clásica:

  • Turbante de serpiente con apéndices (piernas, brazos o cabezas humanas colgando).
  • Cuchillo tumi en la mano derecha, cabeza trofeo en la izquierda.
  • Cinturón con cabezas felinas y lágrimas que representan lluvia fértil.
  • Posición frontal rígida, ojos siempre mirando al frente (mirada eterna del Ukhu Pacha).

Isaac Callizaya Patze (Arqueología Boliviana Nº 4, 2018) documenta más de 120 representaciones en hueso, piedra, cerámica y textiles. El hallazgo más impactante: un hueso grabado del Akapana (colección Quai Branly, París) donde la corona está formada literalmente por una pierna humana cortada que termina en serpiente. “No es violencia gratuita”, explica Callizaya, “es el ciclo: cortar para que vuelva a crecer”.

Significados múltiples que conviven

  1. Ritual chamánico: el chamán se “decapita” simbólicamente (con alucinógenos como vilca o cebil) para viajar al inframundo y traer fertilidad.
  2. Control del agua: la serpiente es dueña de los ríos; su sangre es lluvia. En años de sequía, se realizaban sacrificios para “despertarla”.
  3. Legitimación del poder: las élites urbanas de Tiwanaku mostraban cabezas trofeo para demostrar que controlaban la vida y la muerte.
  4. Memoria colectiva: en comunidades aymaras actuales, el nombre “Katari” recuerda a Tupaq Katari (1781), el líder indígena que tomó el símbolo de la serpiente para su rebelión. El decapitador ancestral sigue vivo.

El viaje más allá de Tiwanaku Cuando Tiwanaku colapsa hacia el 1100 d.C., el motivo no desaparece. Viaja al imperio Wari (Ayacucho) y aparece en textiles huari con colores más vivos y luego llega al Cusco inca, donde se transforma en el “dios degollador” de las huacas. Pero nunca vuelve a tener la fuerza simbólica que tuvo en el altiplano.

Por qué importa hoy En un Bolivia que busca refundarse como Estado Plurinacional, el decapitador Katari se ha convertido en símbolo de resistencia y regeneración. Artistas como Mamani Mamani lo reinterpretan en murales paceños; colectivos aymaras lo llevan en wiphalas durante las marchas. Como dice la arqueóloga aymara Jedu Sagárnaga: “No es un dios sanguinario. Es el recordatorio de que para que algo nuevo nazca, algo viejo tiene que morir. Y en estos tiempos de crisis climática y social, ese mensaje es más urgente que nunca”.

El contexto é imagenes es gracias al libro:
Arqueología Boliviana año: 5 número: 5 2019 | Segunda epoca.
David E. Trigo Rodrigue Técnico Arqueólogo de la Unidad de Arqueologia y Museos de Bolivia (UDAM) Responsable delMuseo Nacional de Arqueologia de Bolivia (MUNARO) No. 93 Calle Tahuanaco Esq. Federico Suazo La Paz-Bolivia. Email: david_falcoragrest@hotmail.com
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