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Juan José Zúñiga rompe el silencio desde la cárcel: ¿Patria o montaje del poder?

“La verdad se va a saber. Se va a saber en su momento” – Juan José Zúñiga.

Bolivia es experta en darle a la historia giros dignos de un culebrón. Pero lo que ocurrió el 26 de junio de 2024, con Juan José Zúñiga irrumpiendo la Plaza Murillo con tanquetas, supera hasta la imaginación más retorcida. ¿Golpe de Estado? ¿Autogolpe? ¿Un teatro mal montado? El Gobierno de Luis Arce Catacora grita lo primero, pero hay demasiadas piezas que no encajan. Zúñiga, desde su celda en la cárcel de El Abra, deja caer la frase que retumba: “La verdad se va a saber”. ¿Qué verdad? ¿La que teme revelar el poder o la que convenientemente quieren imponer desde el Palacio Quemado?

Un general entre rejas y aplausos

En El Abra, Zúñiga es tratado casi como un caudillo. Reclusos se cuadran ante él: “¡Mi general, papito!” le gritan. Y él, con la confianza de quien sabe que no está solo, responde “hola hijos”. La imagen es surrealista: un militar acusado de terrorismo y alzamiento armado, reverenciado como héroe. Pero ¿qué lleva a decenas de reos a rendirle honores? ¿Acaso ven en él a un chivo expiatorio?

Zúñiga dice que actuó “por la patria”. Una justificación tan escueta como inquietante. ¿Cuál patria? ¿La que se defiende desde la Constitución o la que algunos se inventan para justificar aventuras golpistas? ¿O peor aún, una patria secuestrada por el propio gobierno para victimizarse y ganar capital político? Preguntas que Luis Arce y sus ministros esquivan con la habilidad de un bailarín en carnaval.

El silencio que grita y la verdad que incomoda

Ocho meses encerrado y Zúñiga, lejos de quebrarse, escribe sus memorias. Los títulos tentativos: “Mi Lucha” o “Las Razones de mi Lucha”. ¿Ego desbordado o advertencia velada? Mientras tanto, el gobierno actúa como si el asunto estuviese zanjado. Pero ¿realmente alguien cree que un general se levanta con tanquetas a espaldas del poder sin que alguien más lo supiera? Vamos, ni el mejor guion de Hollywood.

El 26 de junio no fue un día cualquiera. Fue el día en que Bolivia volvió a mirarse al espejo y ver su peor reflejo: ambiciones desbordadas, maniobras oscuras y un pueblo atrapado entre relatos contrapuestos. Arce asegura que fue un intento de golpe; Zúñiga insinúa un montaje. ¿Y la justicia? Bien, gracias. Mirando para otro lado mientras las sombras del poder se reparten culpas.

Recursos naturales y el eterno saqueo: ¿disculpa o causa?

“Somos el espejo de África: ricos, pero pobres”, dice Zúñiga. Habla del litio, del gas, del oro… de un país que parece condenado a ver cómo sus riquezas benefician a otros. ¿Su levantamiento fue una advertencia o solo la excusa perfecta para que el gobierno refuerce su narrativa de víctima? Lo cierto es que el litio boliviano se ha convertido en un botín codiciado. Y cuando hay dinero de por medio, los principios suelen guardarse en el cajón.

¿Un mártir fabricado o un general traicionado?

En su celda, Zúñiga recibe comida de su esposa, juega con perros callejeros y escucha las noticias en radios viejas. Mientras tanto, afuera, el gobierno insiste en su versión oficial y la oposición balbucea entre dudas y oportunismos. Zúñiga asegura que fue dejado a su suerte, que perdió su sueldo y que más de 30 militares corrieron su misma suerte. “La cárcel te muestra con quién cuentas”, dice. Palabras que resuenan como dardos dirigidos a sus antiguos camaradas y superiores.

El gran ausente: la verdad

En esta tragicomedia andina, la verdad es la gran ausente. Arce juega a la víctima, Zúñiga al mártir, y el pueblo… el pueblo sigue esperando respuestas que quizás nunca lleguen. Pero algo es claro: cuando los militares se sienten traicionados y los políticos juegan con fuego, la democracia siempre es la que termina chamuscada.

¿Golpe o autogolpe? ¿Traición o montaje? Bolivia merece saberlo. Y si la historia enseña algo, es que la verdad, tarde o temprano, sale a la luz. Aunque a muchos les incomode.

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